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Leer en Colombia

Actualizado: 25 oct 2020

Luego de vivir en Colombia entre 2015 y 2020, y de trabajar como editor y corrector de estilo, por lo general para el Grupo Planeta, puedo decir que he leído unos cuantos libros y he tenido la fortuna de conocer un poco mejor su panorama literario. Hace poco más de un mes elaboré un listado, y creo que en medio de estas semanas de extraño encierro, vale la pena compartirlo también por aquí.


Primero, decía, me impresiona que siendo lector y periodista venezolano, antes de 2014 solo conociera a García Márquez y a un puñado de otros nombres. Supongo que esto mismo pasará con muchos. De un lado y del otro. La lectura no es un hábito masivo y la mayoría no lee ni a los de casa.


Aclaro, lo que sigue es una lista personal y caprichosa, que obedece solo a mis gustos, no a análisis profundos ni a estudios críticos. Son libros que disfruté mientras los leía, los corregía o los editaba, por eso los recomiendo, no porque esté seguro de que son las mejores obras ni los mejores autores, ni del país ni del continente. Además, en algunos casos se trata de escritores a los que conocí después de leerlos y nos hicimos amigos porque me pareció que, además, eran buenas personas.


12.— Una rareza de las más lindas: 1892: un año insignificante, del historiador Max Hering. Se trata de un mosaico que rescata escenas micro de la Bogotá de aquel año para hablar del control policial y sus repercusiones sobre el (des)orden público. Este libro de no ficción recrea momentos alrededor de cantinas y chicherías, fiestas populares y peleas de gallo, motines y fantasmas. Además de costumbres y arbitrariedades propias de la época, plantea una crítica inteligente sobre la violencia institucional.



11.— Un brevísimo libro de cuentos: Nuestra criatura, de Daniel Villabón. Daniel es un chico con una voz genuina y un sentido del humor afilado, capaz de entender el género sin machacar fórmulas huecas. Me gusta porque desprecia los adornos innecesarios. Su primer relato es una maravilla. Si te gusta leer a los emergentes, ve por él.


10.— Otro de cuentos: Vida, de Patricia Engel. Es de Alfaguara y, al igual que el anterior, ni lo corregí ni lo edité, solo lo leí. Familia-soledad, identidad-desarraigo: tiene una fuerza descomunal y habla desde la intimidad de los padecimientos domésticos. Muy contemporáneo. Lo leí en medio día y me encantó de inicio a fin.


9.— Uno simpático, para los que prefieren leer algo que no sean cuentos ni novelas: Viaje al centro del cerebro, de Josefina Cano, un libro para jóvenes sobre las funciones cerebrales. Son ensayos breves, escritos con sagacidad y picardía. Aquí se juntan la rigurosidad científica con una narrativa didáctica. Si yo tuviera dinero, compraría los derechos y convertiría este libro en una serie de TV para adolescentes.


8.— El hombre que no quería ser padre, de Alfonso Buitrago Londoño, una novela de no ficción que se construye a partir de los recuerdos del hijo. Medellín como telón de fondo de una historia que comienza como un huracán y termina como una caricia. Me atraparon tanto su historia como su construcción.


7.— En la misma línea del anterior: Mi padre y otros accidentes, de Paola Guevara. Otro reportaje personal hecho literatura. Aquí es Cali la ciudad que se mueve detrás. Son distintas las preguntas y sensibilidades, pero el mismo dolor de origen. Aviones y búsquedas. Ah, los padres. Y las madres.


6.— La escalera de Bramante, del ecuatoriano Leonardo Valencia. Una novela total; ambiciosa, exigente y excéntrica. Tiene dos grandes temas: la amistad y la trascendencia. A través de sus personajes, pasea por los mundos del arte y la política contemporánea entre América y Europa. Estoy seguro de algo: pasarán muchos años para que volvamos a leer en América Latina una novela con estas pretensiones. Leonardo es uno de los narradores y ensayistas más importantes y cultos de este lado del mundo.



5.— De otro ecuatoriano, Adolfo Macías Huerta: Las niñas. Es una novela perturbadora y conmovedora a la vez. Sus capítulos, que apenas se rozan, construyen mundos extraños desde la memoria de infancias maltrechas. Adolfo es súper sólido, maneja la intriga como pocos. He editado o corregido sus últimos tres títulos y todos tienen un nivel altísimo, muy por encima del promedio. Siempre seduce y te hace reír desde la ironía. Su fortaleza, sin duda, está en la vida y las características que les otorga a sus personajes. Busquen El mitómano. Este año está proyectado que se publique su próxima novela: Geografía del asombro.


4.— El último donjuán, de Andrés Mauricio Muñoz. Es una novela sobre miedos y obsesiones que nacen en una pantalla conectada a internet. Tremenda. A él también le he corregido o editado sus últimas tres obras, además leí un libro de relatos previo que había publicado. Es un gran prosista, pero sobre todo un mago en la construcción de conflictos familiares. Lo hace con vuelo. Les puedo recomendar con la misma seguridad su libro de cuentos Hay días en que estamos idos (finalista del Premio Internacional de Cuentos Gabriel García Márquez 2018) y su novela más reciente: Las Margaritas, que se atreve a plantear el desmoronamiento de una pareja a causa de la dualidad machismo-feminismo.


3.— Un beso de Dick, de Fernando Molano Vargas. Se publicó en 1992 luego de ganar un concurso. Su autor murió en 1998, y el año pasado Planeta decidió reflotar su obra entera. No miento al decir que me ha parecido una de las novelas más hermosas que he leído sobre el amor adolescente. Es más, diría que sobre el amor, en general. Como los protagonistas son dos chicos en edad de colegio, habrá quien piense que se trata de la recreación de un simple apasionamiento homosexual. No es mi caso. Para mí es un retrato certero de cierta sociedad colombiana. Adoré esta novela. Está escrita con una sencillez y una potencia dificilísimas de conseguir en otros libros. Sus diálogos son magistrales. Es una obra que tiene alma. Es luminosa. Si tuviera cómo, compraría veinte ejemplares para regalar.


2.— De los libros que más me han gustado y desconcertado desde que llegué a Colombia: Primero estaba el mar, de Tomás González. Este ni lo corregí ni lo edité, solo lo leí en un viaje que se hicieron dos y tres y cuatro a causa del libro, que se estremecía en mis manos. Fue publicado por primera vez en 1983. La historia es una tragedia. Los sueños de la joven pareja protagonista marcados por una violencia despiadada, en este caso, en pleno Caribe colombiano. El Paraíso convirtiéndose en Infierno y la lucha interna por entender esta transformación. Del anhelo al peor de los fracasos.


Con Tomás, de quien pude corregir sobre diagramación unos cuentos preciosos de su libro El Expreso del Sol, fue la primera vez que me pregunté: ¿por qué no sabía nada de este escritor? ¿Soy tan ignorante? ¿Cuántos venezolanos lo han leído? Otra novela inmortal suya: La luz difícil. Es un autorazo a ciegas. Con él, de todas-todas.



1.— Finalmente, mi favorita: 4 años a bordo de mí mismo, de Eduardo Zalamea Borda, publicada en 1934. Apenas terminé de leer esta novelota quise volver a comenzar. Y lo hice. La leí tres veces casi sin parar, por necesidad para una reedición, pero sobre todo por placer. Es la historia de un gran viaje, el del crecimiento. Un bogotano de 17 años decide ir hasta La Guajira. Como su título dice, el paseo dura cuatro años y lo cambia para siempre: primeras veces frente a una verdadera soledad, frente a lo mejor y lo peor del ser humano, frente al sexo y la muerte.


Si quieres acercarte un poco a las complejidades de un país tan difícil de entender como Colombia, lee esta obra de arte. ¡Su autor la escribió con 20 años! Si me apuran, creo que debería estar no solo en los programas de literatura de los colegios, sino en los de historia y geografía.


Pensando sobre todo en mis lectores de otros países, no quiero cerrar la lista sin mencionar a un autor colombiano del que siento que no he leído aún lo suficiente (media novela y un par de cuentos), pero que desde las primeras páginas se nota que es de los grandes: Evelio Rosero.


Y dejo por aquí nombres de otros escritores que representan el amplio panorama literario que se cuece por estos lados. A todos les he leído algunos cuentos, media, una, dos o tres novelas. Y si los menciono no es por mero compromiso, sino porque me gustan:


Roberto Burgos Cantor (Ver lo que veo).

Álvaro Robledo (El mundo no nos necesita).

Miguel Manrique (Las preocupaciones).

Alberto Salcedo Ramos (De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho, El oro y la oscuridad, La eterna parranda).

Efraim Medina Reyes (Cinema árbol, Érase una vez el amor pero tuve que matarlo).

Héctor Abad (El olvido que seremos).

Margarita Posada (Las muertes chiquitas).

Jaime Arracó, español aunque vive en Colombia desde hace años (Una persona perfecta).

Juan Álvarez (Candidatos muertos).

John Better (Limbo, una historia de horror en el Caribe).

Guido Tamayo (El inquilino).

Juan Cárdenas (Los estratos).

Andrés Felipe Solano (Cementerios de neón, Los hermanos Cuervo).

Luis Fernando Charry (Últimas funciones en la sombra).

Adelaida Fernández (Afuera crece un mundo).

Mario Mendoza (La melancolía de los feos).

David Betancourt (La vida me vive amargando la vida).

Sergio Ocampo Madrid (Es mejor no preguntar).


Verán muchos títulos de Seix Barral porque he trabajado especialmente para este sello, pero hay muchos otros buenos cuentistas y novelistas, según lo que uno escucha, solo que no conozco sus obras; mi fila de pendientes es larguísima. En especial con autoras. Espero que este listado, a modo de breve repaso, te ayude a sentirte menos ignorante frente al panorama literario colombiano. Las referencias son mínimas, pero cuando menos están claras.


Salud.

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