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Remolachas

Actualizado: 27 nov 2020

Por Lerryns Hernández


Le dije a Rafael que debía irse a su casa. Esta mañana, cuando lo fui a buscar para que jugara conmigo, su hermana mayor le advirtió que tenía que regresar a la cinco. Supe que ya era la hora porque escuché las campanadas de la iglesia, pero no me prestó atención. El sol martillaba nuestros cráneos y sudábamos. Las cigarras cantaban más fuerte y él seguía tendido en el suelo del parque, como una serpiente, apuntando para darle a mis canicas.


No escuchamos el llamado de su madre. Mi padre, cuando me llama, lo hace con un silbido tan fuerte que puede escucharse a cientos de metros de distancia. Quizás la mamá de Rafael estaba afónica. Los correazos llegaron sin darnos cuenta. Rafael intentaba zafarse, pero su madre lo jalaba por el cabello mientras le azotaba las piernas.


Las cigarras dejaron de cantar, molestas por el escándalo de la madre y de su hijo. Salí del parque esquivando algunos latigazos. Un señor que siempre estaba lavando su carro me preguntó: ¿Abandonas a tu amigo?


Corrí hacia el edificio y escuché la voz de la hermana de Rafael. Me estaba llamando. Ella, asomada en el pasillo de su piso, podía divisar el tormento de su hermano. Sube, me ordenó con una sonrisa. Llevaba puesto un pantalón corto, estaba descalza y me hizo pasar a su apartamento. Pocas veces entro en las casas de mis amigos. Hay olores que no logro descifrar y me dan náuseas. Cerró la puerta despacio detrás de mí. Yo intentaba escuchar los gritos de Rafael desde la penumbra de esa casa, pero se hacía cada vez más difícil.


Bájate el pantalón. Yo obedecí.


Es mejor no discutir. Si lo haces, terminarás comiendo remolachas en la cena, y eso es asqueroso.


Empezó a masturbarme. Tranquilo, que Rafa tiene piernas fuertes. Cuando empezó a chuparlo, pensé en los muslos amoratados de mi amigo. Sentí que un dedo entraba en mi culo y casi me desvanecí. Los hombres no se desmayan. Pero yo aún no soy un hombre. Abrió la puerta de la casa y la luz entró, violándome también.


Salí y me encontré con Rafael en las escaleras. Ambos nos quedamos en silencio, mirando los escalones de granito. Su madre iba detrás de él, jadeando. Pensé en llamar a la Policía y contarlo todo, como lo hacen en la televisión, pero escuché el silbido de mi padre y me fui a casa.




* * *


Lerryns Hernández es venezolano, músico, percusionista, poeta y productor. Vive en Caracas.


Este relato forma parte de uno de los ejercicios de las sesiones finales del Gimnasio Narrativo, revisado y editado para esta revista virtual.


Abril-junio 2020. Segunda edición.


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